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Una milla mas

Tu vida es un reflejo

Tu vida es un reflejo
En los últimos días me he detenido más a menudo frente al espejo. Lo he llenado de post its en los que están escritas mis fortalezas, y los leo en voz alta antes de irme al trabajo y antes de acostarme. “Mamá, ¿qué es eso y por qué dices cosas como “soy buena líder”, “soy divertida” o “soy buena mujer” si todos sabemos que eres la mejor?”, me ha dicho mi hijo mayor y mientras sonrío, lo abrazo y le digo que lo amo, pienso en todas las mujeres que hemos vivido acostumbradas a sabotearnos. Yo en especial. Si un ego exagerado puede nublar la razón hasta borrar al resto del mundo del panorama, olvidarse del “yo” también altera la visión de la realidad… solo que la eliminada soy yo. Me olvido de mis fortalezas, de mis logros, de las cosas que soy capaz de hacer aunque para mí sean pequeñeces. Nos sentimos responsables del bienestar y hasta de la forma de pensar y de vivir de otros; nos sentimos culpables de sus actitudes. ¿No les ha pasado que a ratos sufren porque no entienden ciertas posturas que asumen quienes significan un mundo para ustedes y de repente se dan cuenta de que ustedes no son tan importantes para ellos? El problema es que desde niños y niñas aprendimos a esperar. A poner el yo detrás de todo y a ser felices con la felicidad de las personas que amamos. Nuestras madres solían decir que eran felices con sus hijos, las canciones de amor condicionan la felicidad a la presencia de la pareja. Es difícil para muchas generaciones ser felices con autonomía. Pero hoy no espero nada de nadie. Ni de la persona que amo, ni de mis hijos, ni de mis hermanos. No espero porque la espera se puede convertir en angustia, no espero porque esperar es querer –aunque sea en secreto- recibir algo a cambio… y yo cuando me entrego lo hago porque quiero, por convicción y porque me da la gana. Ahora pienso en mí, busco el equilibrio entre el ego que envenena y la falta de amor propio. Me miro desde la perspectiva positiva, me observo y sonrío. Me felicito, me engrío, me digo a mí misma todo lo bueno que sé que tengo y solo así empiezo mi día. Esos minutos de egoísmo me han hecho bien, me siento en paz, me ocupo de mí sin sentirme culpable. Ya no soy la mujer que anhela “comprender el momento” de los demás, sino que examino cuál es mi momento. He dejado de cargar culpas que no son mías, y si alguien no quiere caminar junto a mí, que no lo haga, porque yo puedo con mi equipaje. Me alejo de quien no aporta nada a este viaje, no hago nada por compromiso y así me siento más auténtica. Paradójicamente, el ser egoísta me hace sentir que doy lo mejor de mí. En el trabajo estoy escuchando más y hablando menos, y así he podido sacar grandes conclusiones. Estoy observando más a la gente y analizándola a profundidad; produzco cosas que me gustan y me llenan de satisfacción. Puede que no les agrade a todos, pero al menos estoy siendo leal a mis reglas. Hago lo mejor que puedo, me rodeo de gente de la que puedo aprender a diario y estoy dejando ir la inestabilidad emocional… Estoy aprendiendo a ser feliz conmigo sin reprocharme por qué estoy como estoy o por qué soy como soy. Estoy aprendiendo a abrazar esta nueva mujer, a amarla tal y como me la muestra el espejo.
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